Para la mayoría de las personas en nuestra sociedad, la educación emocional (si la hubo) fue bastante pobre. No estamos acostumbrados a hablar sobre lo que sentimos, y esto se ve reflejado en nuestro interior, cuando no somos del todo conscientes de que es lo que estamos experimentando. Muchas veces al comienzo de un proceso terapéutico es importante, para conocernos mejor, aprender a distinguir estos aspectos.
Habitualmente se habla de emociones «buenas» y «malas». En realidad, todas las emociones tienen su propia razón de ser. El problema no radica en la emoción, sino en mi reacción frente a ella. Esta reacción suele estar limitada en formas específicas, vinculadas a la identificación con el ego y la pérdida de creatividad y espontaneidad. Cada una de ellas tiene su propia función, y cuando no permitimos que esa función se cumpla queda su energía (recordemos que están en el cuerpo, son energía) estancada convirtiendose en una emoción disfuncional.
El ritmo de los pensamientos está influenciado por nuestra postura física, nuestra respiración, nuestras trabas corporales; que a su vez están influenciadas por los sentimientos y las emociones. Este camino también se puede recorrer en el sentido inverso. Por eso, la diferenciación entre emociones, pensamientos y sentimientos es artificial. Resulta útil para poder observanrnos con más claridad, pero en realidad en la experiencia todo esto ocurre de manera indiferenciada.